La ciudad soñada lo contenía joven; Isadora llega a avanzada edad. En la plaza está la pequeña pared de los viejos que miran pasar la juventud; el hombre está sentado en fila con ellos. Los deseos son ya recuerdo.
Italo Calvino: Las ciudades y la memoria 2
En 1943 los estudios Cinecittá fueron invadidos por el ejército nazi. Roma, ciudad abierta, se encontraba a merced de sus invasores.
La cuidad se sumergía en la ausencia. No se escuchaba el oleaje, no se percibía el olor a sal, únicamente existían las reminiscencias del mar: nubes, viento y humedad. La naturaleza deseaba transformar los tiempos; la arquitectura, en ruinas, era testigo de aquella voluntad. El horror del crimen ennegrecía los cuerpos de las víctimas, las almas reblandecían.
Esperanza…
No todos los países europeos conocían las atrocidades de los nazis. El ambiente hablaba por los ciudadanos; el deterioro se comunicaba con la mirada ajena. Entonces el cine —poderosa fuente de información— fue un medio para denunciar todo aquello que nuestros ojos no habían visto con detalle: los cuerpos en línea de fuga que luchaban en contra de la materia opresora.
Roberto Rossellini muestra a través de tomas abiertas la caída de los cuerpos: cabezas, ojos, manos y piernas lesionadas, deterioradas, ultrajadas. Recordemos aquella escena cuando Pina corre detrás de un camión lleno de prisioneros para salvar a Francesco, su amor.
Pina carece de artefacto alguno que le permita fulminar a los soldados. Su única arma es su cuerpo: lo utiliza para ponerse en lugar de su amante y defenderlo. Este es el retrato de uno los actos más puros de la condición humana, ya que nuestra memoria y anatomía son los únicos elementos que nos pertenecen. No somos dueños ni del pensamiento, ni del cuerpo de alguien más. Sin embargo, durante la ocupación nazi, se desató el saqueo más grande de toda la historia: el robo de espiritualidad corpórea.
Todo aquello que Rossellini retrató en cada encuadre fueron hechos basados en la realidad. La película cumple entonces con una función reflexiva y filosófica. Nos invita a pensar en la importancia que tiene el triunfo de la voluntad que se manifiesta en la solidaridad y empatía hacia los demás.
Los soldados nazis tomaron posesión del cuerpo de sus víctimas, lo degradaron, lo transformaron en objetos o en experimentos atroces. Pero esas siluetas aún respondían al espíritu que los transformó en materia. Entonces, aquel impulso persistente y leal liberó a los cuerpos de la sumisión. Con armas de fuego a sus espaldas, Pina transgrede a los ladrones nazis, toma control de su anatomía y la utiliza como más le conviene. Ocurre una especie de enfrentamiento con el enemigo, quien cree que ha vencido porque dispara y atraviesa la carne. Sin embargo, la figura corporal que se ha liberado es consciente de que ninguna bala puede derrotar a la voluntad espiritual. Los cuerpos caen pero el alma trasciende. Como bien afirma Rancière en Fábula cinematográfica: “Nada que ver con la energía de la desesperación o con ese saludable vigor que suele atribuirse a las mujeres de pueblo. Nos encontramos más bien con una criatura que rompe sus cadenas para precipitarse allí donde la llama el deseo de su creador.”
La imagen de la pasión de Pina es abrumante, el llanto de la mujer conmueve a cualquier espectador. Podemos sentir su dolor y ponernos en sus zapatos. Aquella capacidad de auto-percepción nos enfrenta con el horror. Nos observarnos y nos juzgamos mediante la mirada de alguien más. “¿Cómo pueden suceder estas cosas? ¿Cómo puede existir tanta crueldad? ¿Quién se creen que son los nazis como para degradar a otro ser humano?” Sin embargo, todo aquello que Rossellini retrató en cada encuadre fueron hechos basados en la realidad. La película cumple entonces con una función reflexiva y filosófica. Nos invita a pensar en la importancia que tiene el triunfo de la voluntad que se manifiesta en la solidaridad y empatía hacia los demás.
Esto mismo sucede cuando uno visita El Museo de memoria y tolerancia de la Ciudad de México, donde la experiencia de contemplarnos como especie resulta repugnante, al borde del vómito compulsivo. Uno no puede concebir tanta violencia entre humanos, tanta desigualdad, tanto ultraje hacia el cuerpo (nuestra arma más preciada). Por lo tanto, uno termina el recorrido pensando en que desea actuar para bien, cambiar las cosas, sanar a los demás. Algunos espectadores trascienden, algunos otros olvidan lo que observaron. Sin embargo, siempre es importante promover la fraternidad.
La misma función se presenta en el momento mortuorio de Manfredi y de Don Pietro. Ambos deciden sacrificarse por el bien común. Reciben llagas y heridas profundas pero se mantienen firmes. Igualmente, las ruinas —escenario principal de la película— nos comunican el poder de resistencia de un pueblo que desea preservar su memoria, aunque el oscurantismo de la época deseara borrar su legado.
Entonces la liberación y conservación de los cuerpos arquitectónicos y anatómicos nos expresan las potencias de la nostalgia y la melancolía, pues ambas dan lugar a la empatía. Cuando se manifiesta una sensación de vacío y de pérdida, surge otra que nos transmite el deseo de restaurar y renacer. O sea, que las pulsiones se convierten en acciones que sólo sirven para salvar al prójimo. Eso le otorgará sentido a todo lo demás. Como sucede en Roma, ciudad abierta, dónde los personajes trascienden y sientan las bases de la salvación y el progreso de su nación.