No (2012) es una película basada en El plebiscito, obra inédita de Antonio Skármeta que retrata la situación política de Chile a finales de los años ochenta y las potencias de la publicidad en el orden y estructura de nuestro haber cotidiano.
No es una obra que se caracteriza por mezclar dos tipos de realidad fílmica. En el montaje se alterna material de archivo del plebiscito con material de ficción. Este último fue filmado con equipo antiguo, cuyo efecto otorgó la misma apariencia que tenían las imágenes durante los años ochenta. “La memoria colectiva está llena de esos recuerdos de oscuridad, de impureza. Filmar en cine o con las cámaras digitales de alta definición actuales hubiese generado una distancia con la imaginería de la época. Era importante esa fusión y ahora al verla no sé bien cuál es el material nuestro y cuál el de la televisión», declaró Pablo Larraín.
Con la idea anterior podemos decir que la publicidad que se presenta en nuestras vidas cambia o evoluciona de acuerdo a las necesidades intelectuales, políticas, filosóficas y estéticas de una generación. La televisión aún no formaba parte esencial del hogar de todas las familias, apenas comenzaba a serlo. Las imágenes que se transmitían no eran sofisticadas como aquellas que despegaron en los años noventa, cuando el capitalismo alcanzaba la cumbre global. El espectador ochentero, inocente e ingenuo, no sospechaba del contenido del material visual que se le transmitía, en todo creía firmemente.
En los años setenta, si Farrah Fawcett anunciaba el champú Farrah Fawcett, el cliente automáticamente asumía que el resultado en su cabellera sería exactamente el mismo que proyectaba la rubia. La misma formula funcionaba para el consumidor ochentero, sin embargo, éste exigía adornos, magia, música, belleza y efectos especiales. La estética camp o neo barroca se encontraba en pleno apogeo, los colores eran excesivos, las formas colgaban y la música retumbaba. ¿Cómo era el circo que deseaban las masas? Era muy fácil de predecir: la generación X quería divertirse en la playa con peinados voluminosos, exceso de maquillaje y de accesorios; frases y eslóganes sustanciosos; estereotipos dispersos, casi nulos; imágenes pastiche. I want Candy, dirían. Este público no quería ver la fealdad, ni estaba dispuesto a aceptar la represión sistemática, más bien se alistaba para impresionarse y gozar de los beneficios del próximo nuevo milenio y de la creciente época post-aurática. Todo era nuevo y ostentoso (hasta las drogas). Algo así como en el barroco del siglo XVII. Por lo tanto, la publicidad se ajustaba a dichas peticiones, pero no en el caso de la propaganda política.
La propaganda ochentera estaba necesitada de adjetivos que opacaran la oscuridad opresora de la época. Buscaban fraternidad, universalidad y esperanza. Pero las campañas eran muy austeras y secas. Y el proyecto promotor del “No” fue uno de los pioneros en integrar las necesidades de la cultura popular dentro de su funcionamiento.
“Chile la alegría ya viene, Chile la alegría ya viene, Chile la alegría ya viene.” […] “¿Pero qué carajos hace un mimo en medio de mi campaña?”, pregunta uno de los miembros del “No” a Saavedra (Gael García Bernal). “Estamos haciendo algo muy serio, estamos utilizando un lenguaje publicitario, pero armando un concepto político detrás», responde Saavedra. Nadie cree que funcione una campaña política en contra de la reelección de un tirano opresor que contenga bailarines, un arcoíris y una canción pegajosa. ¡Ni que fuera anuncio de Coca-cola! ¡Pero funcionó! Incluso, el espectador del film cuestiona las intenciones del buen Saavedra. Porque nosotros, la audiencia del nuevo milenio, sabemos, conocemos, juzgamos el concepto de “estética difusa”. Ahora nos parece gracioso, cómico, hasta ridículo presentar a un político de tal manera. Lo que buscamos es encontrar las falsedades que ocasiona la tecnología (desenmascarar). Queremos desacreditar, descartar y sobre todo sustituir con algún concepto u objeto lo que se nos presenta día con día. Una falsa revolución. “No vale la pena manifestarse si ya se sabe que no pasa nada”. Pero es correcto proyectar una imagen inmaculada, de acción positiva . “Me quejo, etiqueto, encasillo al prójimo, pero no actúo, o peor aún, soy parte de lo que me escandaliza.”
La propaganda política de hoy requiere evidencia, hechos que sobrepasen nuestras expectativas. Nada nos sorprende ni nadie es extraordinario. La propaganda ochentera estaba necesitada de adjetivos que opacaran la oscuridad opresora de la época. Buscaban fraternidad, universalidad y esperanza. Pero las campañas eran muy austeras y secas. Y el proyecto promotor del “No” fue uno de los pioneros en integrar las necesidades de la cultura popular dentro de su funcionamiento. ¡Grandiosa idea! En los noventa, Tony Blair utilizó al Brit Pop, la esperanza de los jóvenes después del conservadurismo thatcheriano, como medio para acercarse a las masas y convencerlas de sus buenas intenciones. Bernie Sanders, actualmente, intenta lo mismo con grupos musicales como Vampire Weekend. ¿Le funcionará?
La ironía de dichas situaciones es que la alegría no llegó a Chile, ni a Inglaterra y quizás tampoco llegué para Estados Unidos. La publicidad es uno de los sistemas más poderosos que rigen nuestros días. Y No es una película que demuestra, cuestiona y critica dichos medios de persuasión y la ambigüedad que generan en nuestro curso cotidiano. Sobre todo, porque la película es, en sí misma, un collage de imágenes que confunden al espectador y lo inducen a diferentes discusiones, tal cual lo hacen los políticos y los medios publicitarios.