
Abbas Kiarostami (junio 22, 1940 – julio 4, 2016)
¿Ves ese agujero? Ese agujero que hay ahí. Ahora escucha con atención. A las seis de la mañana, ven aquí y llámame dos veces: ¡Señor Badí, Señor Badí! Si contesto, coge mi mano y ayúdame a salir de ahí. Hay 200.000 tomans en el coche. Cógelos y vete. Si no te contesto, echa 20 palas de tierra sobre mí. Entonces coges el dinero y te vas.
El sabor de las cerezas, de Abbas Kiarostami
Un hombre decide suicidarse y quiere un fin digno para su cuerpo inanimado. El cuerpo como tragedia en vida y dignidad en muerte. Todos huyen a su petición, el joven junto al camino, el militar acostumbrado a la muerte, el hombre de Iglesia que le espeta: «Te comprendo, pero un verdadero musulmán no hace eso». ¿Por qué es tan difícil la muerte cuando es suplicada y tan fácil cuando es violentada? ¿Por qué es tan difícil entender que alguien no desee nada?
Terrenos baldíos y polvosos de la periferia citadina, el murmullo incesante de caótica urbe atrás, imágenes secas, airosas, un auto dejando una estela que enturbia el horizonte, deteniéndose en algún caminante solitario en busca de un poco de piedad, no encontrada hasta el final, con el viejo sabio de las cerezas y su sabor de vida, de instante, de gozo, de amanecer.
El sabor de las cerezas, obra cinematográfica del realizador iraní Abbas Kiarostami (Palma de Oro de Cannes en 1997), luego de una carrera iniciada desde los años setentas, consolidó a su autor como el poeta visual que fue, y contribuyó a abrir, para una generación de jóvenes cineastas y cinéfilos del mundo el extraordinario cine que se produce en Irán, tierra de conflicto interno, de gran historia y saberes, de contante agresión externa, de pensamiento islámico exigiendo su propia evolución, no la dictada por Occidente. Kiarostami ponía el dedo en la llaga de su cultura, y como bien dice el filósofo Enrique Dussel, prefiero que sea alguien del mundo islámico que haga una crítica de su cultura a que lo hagan los occidentales que no tienen la menor idea de lo que hablan.
Deja una filmografía amplia e interesante, con cintas producidas en su país y en encuentros con otras culturas a través de coproducciones. Pero más importante, deja la intención de seguir explorando el cine iraní, una filmografía profunda, poética y crítica, donde una generación de nuevos cineastas sortean las dificultades económicas y la censura.
*Artículo publicado en Revista Levadura.