La nana, ópera prima de Sebastián Silva, bordea las líneas de realismo llano y sin tremendismos de por medio. Filma un retrato en torno a la marginalidad del trabajo doméstico y las convenciones de una clase media que, por más progresista, los fantasmas de las clases sociales, siempre estarán presentes.
Raquel (Catalina Saavedra) es la sirvienta de una familia acomodada chilena que día a día le es más difícil su trabajo, aquejada de dolores y un estoico modo de ver la vida. Su patrona intenta ayudarla contratando a una segunda sirvienta, pero Raquel hace hasta lo imposible por hacer que se vayan, pues ella ve en esa casa su único refugio, ella es “la nana puertas adentro” y solo hasta la llegada de Lucy (Mariana Loyola), Raquel comienza a ver de manera de ver la vida.
El personaje de Raquel asume su marginalidad ante la familia para la que trabaja. En la escena inicial, la familia para la que trabaja le festeja su cumpleaños y después del festejo se niega a que laven los trastes por ella. Raquel, por las convenciones sociales , busca pasar desapercibida y solo hacer su trabajo, pero también lo que busca es la pertenencia, salir de la marginalidad que ella misma asume, busca la pertenencia a la familia, busca el reconocimiento de su marginalidad.
Lo que se podría haber sido uno melodrama con flashazos de comedia ligera, Sebastián Silva lo convierte en un filme realista y certero. Un realismo minimalista (dejando de lado los tremendismos barrocos) que se centra en el retrato de un personaje. Un retrato de una familia y un retrato de una clase social.