Autotortura, masoquismo y sadismo son las palabras con que el realizador sudcoreano Kim Ki Duk, reafirma su aspera forma de ver el mundo. Una mirada que goza con la vivencia de la destrucción de los personajes que pueblan su sadiano universo fílmico. Sus dramas nacen de la incompresión hacia el otro y la soledad propias de un mundo capitalista. Sus películas nacen de la fatalidad trágica de la naturaleza humana, donde también la creación se ve abatida por el fantasma de la fatalidad. En Arirang (2011) ese fantasma de la fatalidad se le presenta al propio Kim Ki Duk, que en un suerte de exorcismo, se autotortura fílmicamente con el filme de encontrar el camino que lo lleve de nuevo a la creación.
En 2008 Kim Ki Duk terminó la película «Dream». Durante la producción, una actriz, casi muere rodando una escena. Después de 3 años exiliado de la industria fílmica, decide tomar una cámara para enfrentarse y entender el curso de estas traumáticas experiencias.
Arirang presenta la mirada del creador caído, golpeado por sí mismo y por su creación, nos presenta un canto doloroso (véase la escena del canto de la canción tradicional coreana Arirang, cantada por el propio Kim Ki Duk), que a su vez es una suerte de exorcismo de la muerte.
Ese exorcismo lleva al propio director al dialogo con el fantasma de sí mismo o ese otro Kim Ki Duk que durante años se ha dedicado a hacer un cine que tiene como línea temática la representación de la miseria humana. Ese dialogo (en una suerte de relación con el Dialogo de un sacerdote y un moribundo del Marques de Sade) lo lleva a confesar sus miedos creativos, su búsqueda espiritual que lo lleve a filmar de nuevo.
Busca confesar, la pena por la mirada reflejada en sus películas anteriores, donde sus personajes siempre bordean el límite de la violencia, y buscar el sentido de volver a los mismo temas o encontrar otras formas de retratar la miseria humana, como lo he mencionado en un artículo previo sobre el filme Piedad, la obra de Kim Ki Duk centra su mirada a la miseria humana desde una perspectiva más piadosa con respecto a sus personajes, a los cuales les busca una cierta redención, hasta cierto punto cristiana, pero eso sí, siempre sadiana.
Arirang es un punto de inflexión en la obra de Kim Ki Dik, un suicidio creativo para buscar nuevos fantasmas que pueblen un universo marcado por la necesidad humana de autoflagelarse y romper con aquel otro Kim Ki Duk, que al igual que sus personajes, fue alcanzado también por la inexorable fatalidad humana.